El siglo XX ha sido dramático en modificar los paisajes urbanos y rurales en todos los continentes. El crecimiento de nuestras ciudades, la modificación de los
procesos industriales, la incorporación de nuevas fuentes de energía, la ampliación de la agricultura, la destrucción de muchos ecosistemas y la alteración
de los modos de vida de muchas sociedades ha sido infinitamente más rápido que nuestra capacidad de proteger y conservar nuestro pasado cultural más
significativo. En las últimas décadas, pero en forma más clara en los últimos años, el patrimonio industrial se ha erigido a nivel universal como un nuevo desafío para la conservación; como un conjunto de bienes de nuestra herencia cultural que habríamos descuidado, y que debemos abordar urgentemente, recuperando el
tiempo perdido, aunque en muchos casos sólo podamos recuperar sus últimos testimonios materiales. Algo similar ha ocurrido con el patrimonio inmaterial y oral,
como también con el patrimonio arquitectónico moderno.