Adaptarse a los nuevos desafíos y mantener la vitalidad esencial de su
patrimonio es el dilema permanente de toda ciudad que valora su pasado y su identidad. En sus inicios, cada poblado que se convierte en ciudad vive
transformaciones profundas con cambios radicales de su paisaje urbano. Al comienzo todo es creación, es innovación, es fundacional, aunque tome
muchos años y generaciones. Las gentes que las habitan, las que allí nacen y las que llegan le van dando su propia fisonomía de acuerdo a sus aspiraciones, necesidades y experiencias. El espacio se nutre, se hace diverso en lo material y en lo inmaterial, adquiere casi vida propia, dejando también su propia huella y sello en sus habitantes, creando una forma particular de sociabilidad.

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