CHINA Y CHILE, DESAFÍOS PARA CONSTRUIR UN DIÁLOGO PROFUNDO1
Dr. Ángel Cabeza Monteira,
Universidad de Tarapacá, Iquique
Este año se cumplen 70 años de la fundación de la República Popular China cuya civilización es una de las más antiguas de la humanidad. Su extenso territorio, su población de casi 1.400 millones de habitantes y su notable desarrollo en las últimas décadas la han vuelto a posicionar como una de las grandes potencias mundiales.
Tratar de comprender esta civilización ha sido un desafío permanente para Occidente. Sus grandes logros científicos, técnicos, políticos y filosóficos de la antigüedad tuvieron un gran impacto en el Medio Oriente y Europa a pesar de la gran distancia que separaba a estas culturas.
El estado imperial de China logró mantener su supremacía y unidad política hasta el siglo XIX cuando por causas internas y externas Gran Bretaña, Francia, Rusia y Japón aprovecharon el agotamiento de la última dinastía reinante consiguiendo concesiones territoriales y ventajas económicas que debilitaron aún más a dicha nación, la cual entró en un espiral de rebeliones, guerra civil e invasiones que culminó con el viejo orden social y estructuras políticas mantenidas por milenios. Una nación centrada en su historia y cultura y cuya élite estaba orgullosa de su pasado fue obligada a soportar cien años de humillaciones y desastres que motivaron la resistencia y la lucha por cambios radicales y un futuro mejor.
A pesar de ello, China fue capaz de levantarse y crear en 1911 la República de China gracias al liderazgo de Sun Yat-sen, concluyendo el orden feudal que gobernó a su población por generaciones, iniciándose un proceso de modernización, reformas y de apertura hacia el exterior. Sin embargo chocaron dos visiones opuestas de cómo enfrentar el futuro de China, su relación con Occidente y la urgente necesidad de acabar con la pobreza y el hambre de la gran mayoría de su población, provocada por décadas de guerra y destrucción de su estructura económica tradicional.
Parte de la oligarquía se alió con los intereses económicos de las grandes potencias, quienes con el liderazgo del general Chiang Kai-shek, controlaron las principales ciudades del país. Otro grupo de raíz popular, campesino e intelectual se rebeló y creó el Partido Comunista de China, el cual inspirado en las banderas del socialismo de comienzos del siglo XX luchó por crear una nueva China, cuyo líder indiscutible fue Mao Zedong, quienes alcanzaron la victoria y lograron fundar en 1949 la República Popular China.
Tales luchas y la invasión del Japón en la década de 1930 tuvieron consecuencias sangrientas para la población china y destruyeron su economía. Tanto los nacionalistas como los comunistas lucharon contra los japoneses y compartieron los ideales históricos de la China profunda: la integridad territorial y la unidad de la nación en la búsqueda de la construcción de una nueva China y el bienestar de su pueblo. Sin embargo los caminos para lograrlo eran muy diferentes y se dieron en el contexto de lucha entre visiones de mundo contradictorias: el capitalismo y el socialismo, la guerra fría tras la Segunda Guerra Mundial y las concepciones de vida y filosofía que han marcado a Oriente y Occidente.
En estos últimos 70 años la República Popular China ha transitado al menos por tres etapas de grandes cambios estructurales. En la primera etapa debió instalar un nuevo sistema de gobierno y reorganizar la economía la cual tuvo sus éxitos y fracasos de los cuales se sacaron experiencias que significaron avances y retrocesos. La pobreza y el hambre eran la cara más dramática de décadas de destrucción y anarquía en un ambiente de polaridad ideológica siendo fundamental alimentar a millones de habitantes y reorganizar los medios de producción.
En la segunda etapa, la dirigencia política comprendió la naturaleza de sus fracasos en algunas áreas y logró el consenso político necesario para introducir reformas graduales en el sistema económico permitiendo emprendimientos capitalistas y compartiendo los medios de producción con el sector privado tanto nacional como internacional, creando progresivamente áreas o zonas de desarrollo que focalizaran tales cambios y cuyos beneficios se fueran expandiendo al resto de China. El pragmatismo y la autocrítica fueron vitales para implementar un socialismo que se alimentara de las características propias de China y su historia sin quedarse anclado en el pasado, pero rescatando lo mejor de su experiencia milenaria y la filosofía que ha guiado al pueblo chino.
En la tercera etapa, en la cual se encuentra actualmente China, su organización política se ha consolidado, su economía se ha internacionalizado a gran velocidad, incorporando progresivamente bienestar y seguridad a su población, logrando su plena integración a la economía y política mundial como una potencia que promueve el respeto mutuo, la solidaridad y armonía entre las naciones y busca contribuir a la paz mundial, cuestiones claves para continuar con su progreso.
Podemos decir que China ha logrado avanzar en conciliar las virtudes ancestrales de su civilización con los desafíos de la modernidad y que gran parte de su población ha vuelto a tener confianza y orgullo por su país. Por cierto, aún quedan problemas por resolver, pero quienes hemos visitado sus ciudades y poblados debemos reconocer como en dos generaciones dicho pueblo y sus gobernantes han cambiado radicalmente su nación y concitan la admiración del mundo, se esté de acuerdo o no con su sistema político.
Tales éxitos, que han llevado a China convertirse en la segunda potencia mundial y desafiar el predominio que Estados Unidos ha impuesto después de la caída de la Unión Soviética, ha transformado el balance del poder de las antiguas potencias y el orden mundial que detentaron los dos últimos siglos. Tal situación provoca incertidumbre y en algunos temor. Por ello es tan importante realizar esfuerzos por conocer China, su historia, su gente y su cultura, dejando de lado visiones parciales, negativas y etnocentristas que Occidente ha construido de dicho país. Descubrir la nueva China es nuestro gran desafío. Establecer un diálogo profundo y la comprensión mutua es la tarea urgente que todos debemos emprender.
Chile es un país pequeño y distante de China, pero casi dos siglos de historia nos unen. En 1845 se nombró el primer cónsul honorario en Cantón debido al comercio y tráfico marítimo creciente de dicho puerto con Valparaíso. Después de la Guerra del Pacífico y la anexión de las regiones del norte al parte de su población ha vuelto a tener confianza y orgullo por su país. Por cierto, aún quedan problemas por resolver, pero quienes hemos visitado sus ciudades y poblados debemos reconocer como en dos generaciones dicho pueblo y sus gobernantes han cambiado radicalmente su nación y concitan la admiración del mundo, se esté de acuerdo o no con su sistema político.
Tales éxitos, que han llevado a China convertirse en la segunda potencia mundial y desafiar el predominio que Estados Unidos ha impuesto después de la caída de la Unión Soviética, ha transformado el balance del poder de las antiguas potencias y el orden mundial que detentaron los dos últimos siglos. Tal situación provoca incertidumbre y en algunos temor. Por ello es tan importante realizar esfuerzos por conocer China, su historia, su gente y su cultura, dejando de lado visiones parciales, negativas y etnocentristas que Occidente ha construido de dicho país. Descubrir la nueva China es nuestro gran desafío. Establecer un diálogo profundo y la comprensión mutua es la tarea urgente que todos debemos emprender.
Chile es un país pequeño y distante de China, pero casi dos siglos de historia nos unen. En 1845 se nombró el primer cónsul honorario en Cantón debido al comercio y tráfico marítimo creciente de dicho puerto con Valparaíso. Después de la Guerra del Pacífico y la anexión de las regiones del norte al territorio nacional, la población china que había llegado como mano de obra para las guaneras, y que fue explotada de manera inhumana, se incorporó a otras tareas, siendo incrementada por nuevos colonos que se trasladaron de las haciendas de azúcar y algodón de la costa peruana y por nuevos inmigrantes venidos desde China, quienes fueron obligados a salir de su tierra por necesidades económicas y la guerra.
Los inmigrantes chinos de Tarapacá y otras regiones de Chile, debido a su esfuerzo y solidaridad grupal, lograron poco a poco mejores posiciones laborales, crearon comercios y muchos de sus hijos se hicieron profesionales y empresarios integrándose a la población local, manteniendo siempre, a pesar de algunos conflictos culturales, un recuerdo y cariño profundo por su tierra natal. Hoy son miles los descendientes de estos primeros colonos que formaron familias en Chile, siendo Iquique la ciudad que más conserva este vínculo ancestral con China, a quienes se han agregado en las últimas décadas nuevos inmigrantes dedicados al comercio y a las importaciones, dinamizando nuestras mutuas relaciones.
Chile se ha caracterizado por construir una relación pragmática con China a lo largo de su historia republicana. En 1915 logró firmar con China un tratado de paz y amistad cuyo objetivo central para Chile era promover la venta del salitre y por parte de China brindar protección a sus ciudadanos. En tal contexto Chile nunca prohibió la migración China hacia nuestro país, como si lo hicieron otros países americanos, aunque sí puso requisitos para su ingreso estableciendo desigualdades en relación a otras nacionalidades.
Una vez creada la República Popular China en 1949 varios chilenos como Pablo Neruda y José Venturelli visitaron el país y crearon después en Chile, en 1952, el Instituto Chileno – Chino de Cultura, el primero de su tipo en Latinoamérica, al que se sumaron entre otros Salvador Allende, Luis Durand y Clodomiro Almeyda, quienes mantuvieron una cercana relación con China.
En 1970, cuando Salvador Allende asume la presidencia del país, Chile se convierte en el primer país sudamericano en establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China, las cuales se mantienen durante la dictadura militar y cobran mayor vigor con el regreso de la democracia en 1990. Desde entonces Chile ha incrementado su comercio con China lo hicieron otros países americanos, aunque sí puso requisitos para su ingreso estableciendo desigualdades en relación a otras nacionalidades.
Una vez creada la República Popular China en 1949 varios chilenos como Pablo Neruda y José Venturelli visitaron el país y crearon después en Chile, en 1952, el Instituto Chileno – Chino de Cultura, el primero de su tipo en Latinoamérica, al que se sumaron entre otros Salvador Allende, Luis Durand y Clodomiro Almeyda, quienes mantuvieron una cercana relación con China.
En 1970, cuando Salvador Allende asume la presidencia del país, Chile se convierte en el primer país sudamericano en establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China, las cuales se mantienen durante la dictadura militar y cobran mayor vigor con el regreso de la democracia en 1990. Desde entonces Chile ha incrementado su comercio con China apoyando el ingreso de este país a la Organización Mundial del Comercio en 1999, y siendo el primer país occidental en firmar con China un Tratado de Libre Comercio en 2005, consolidando así sus relaciones económicas con China y constituyéndose ese país en el primer socio comercial de Chile.
No obstante el interés mutuo por acrecentar las relaciones en diversas áreas, el comercio ha sido nuestro principal vínculo, Chile vendiendo cobre y productos agrícolas y comprando manufacturas y otros productos industriales elaborados de China, siendo además Chile una puerta de entrada y tránsito a otros mercados sudamericanos allende la Cordillera de Los Andes.
Sin duda las posibilidades de aumentar este mutuo beneficio, diversificar el comercio y los servicios, son los desafíos futuros más inmediatos, pero ello sólo será más fácil si igual crece el intercambio, la cooperación y el conocimiento en otras áreas como la cultura, el arte, la tecnología y la ciencia.
En tal contexto Iquique tiene grandes ventajas por su emplazamiento geográfico, la existencia de una zona franca y una creciente inmigración china que se suma a los descendientes chinos de antaño hoy plenamente integrados a la sociedad nacional. Sin duda, Chile ha realizado grandes esfuerzos por mantener y acrecentar esta relación fundamentalmente circunscrita en torno a las exportaciones mineras y agrícolas. Pero China y Chile pueden avanzar mucho más en promover un diálogo mutuo e integrador entre ambas riberas del océano que nos separa. Compartir conocimientos, intercambiar estudiantes y profesionales, diversificar nuestro comercio y conocer mejor nuestras propias realidades y desafíos son tareas primordiales en un futuro cercano cuyo horizonte nos une.
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1Artículo publicado en la separata de la Estrella de Iquique de 1 de octubre de 2019